y de preferencia en la siguiente ubicación:
1. Sola en el asiento de la ventana con su bolso en el asiento del pasillo.
2. De no ser posible lo anterior, se sienta junto a una mujer.
3. Si tampoco es posible, se sienta junto al chico guapo de la micro.
Con esto Joao me daba a entender que era muy improbable que algún mortal como nosotros tuviese esa dicha.
Con el tiempo fui añadiendo nuevas constantes a la ecuación. Por ejemplo: si la chica bonita de la micro va sentada al lado del chofer es muy probable que nadie la haya ido a dejar a la micro, por el contrario si va sentada al lado opuesto al del chofer es porque probablemente al subir se sentó junto a la ventana para despedirse de quien la acompañó.
De todos modos siempre existe la posibilidad de que la chica ya esté en la micro y no le quede más opción que quitar su bolso porque ese es el último asiento que queda disponible y uno pueda finalmente sentarse a su lado. En este caso el simple mortal descubrirá el abismo que hay entre sus pensamientos y la inmaculada belleza de la joven, la que mirará todo el viaje el atardecer hacia la ventana, revisará su bolso o cartera, leerá un libro o quizás en un acto de infinita generosidad hablará por celular para dar a conocer su misteriosa voz. Uno abrirá un paquete de galletas y pensará (sin doble intención) en compartirlo con la muchacha... pero la distancia es infinita e infranqueable.
A pesar de todo una vez sí logré hablar con la chica bonita de la micro. Fue en un viaje semi rural, ella estaba junto a la ventana (del lado del chofer). La verdad es que ella habló primero, me hizo una pregunta geográfico-vial, algo así como: "¿sabes tú si este camino lleva a...?" y luego la conversación continuó fugaz sobre la belleza del paisaje y la fotografía...
No nos volvimos a ver. Pero eso no es importante, porque yo sí logré hablar con la chica bonita de la micro y esa es una medalla que se lleva silenciosamente y con más orgullo que las de "Patán" el perro de Pierre Nodoyuna.
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